Mi primera impresión de Cartagena de Indias fue una bofetada de calor inmenso que me recordó a mis veranos en Murcia. Una sensación corporal de sudor, picaduras de mosquito y mugre acumulada después de 36 horas de vuelo que me obligaba a llegar rápido a mi alojamiento.
Al llegar al hostel me encontré con un cartel gigante donde me avisaban de las precauciones que había que llevar en el barrio, no ir con objetos valiosos, cámaras o salir con el dinero justo para el día. Recomendaciones que por activa y por pasiva darían los trabajadores ¿dónde me he metido?
Después de una buena ducha refrescante, me dirigí al centro. La indicación fue clara, no te salgas de la propiedad del hostel, espera que venga el bus y cuando se pare al lado de la puerta, súbete rápido. Sin más opción, hice caso.
Una vez arriba, las caras que me encontré no eran nada amigables y el conductor con una sonrisa congelada me cobró el doble que al resto de viajeros mientras me gritaba que me fuese al final del todo.
Al bajar de ese infierno mezcla de calor, sudor y tensión acumulada pude vislumbrar la zona histórica de la ciudad. En ese momento, empecé a sentirme famoso. Todo el mundo se me acercaba, todos eran mis amigos, que si un tour, que si un sombrero, ¿de verdad no vas a querer un collar de coral rojo? ¿un palo de selfie señor? ¡Diosito! Me he convertido en un billete de dólar andante, parecía el típico antílope que va a ser devorado por una manada de leones cargados de souvenir idiotas, tuve que huir.
Alguien me recomendó un tour gratuito para conocer la ciudad, aunque no soy muy asiduo a ellos, esta vez lo quise probar. Y sorpresa, Fofito nunca murió. El guía, un mulato de dos metros, nos recibió a voz en grito ¡¿cómo están ustedes?! Constantemente buscando que el grupo repitiera lo último que había dicho, parecía que había vuelto a la guardería. ¡Qué mal comienzo!
Mi paciencia se acabó en el momento que un entusiasta retardado comenzó su batida de preguntas ¿la india Catalina es Pocahontas? ¿Plebiscito? ¿Quién voto el plebiscito? ¿El parlamento? pero ¿Y que salió? No me lo podía creer, ¿de dónde había salido este hombre?
Al día siguiente me levanté con la biblia en braille en el cuerpo gracias a los cientos de mosquitos que había en la habitación. Como no quería volver a equivocarme me fui al Castillo de San Felipe buscando un poco de historia. 20.000 pesos por la entrada por ser extranjero, 8000 más por un pinganillo o contratar un guía ¡Vaya! Esto no pinta bien.
Con el presupuesto mermado para todo el día comencé el recorrido, esperando encontrar algún tipo de panel que explicase algo, te acercara a los asedios sufridos o por lo menos me indicase el baño más cercano, terminé el circuito. ¡No puede ser! ¡Acho que acierto el mío!
Como no quería vivir en el día de la marmota cometiendo errores uno tras otro, decidí ir a la playa a disfrutar un poco del Caribe colombiano -Playa Blanca no me puede fallar- Hay varias formas de llegar, puedes ir en uno de los tantos tour que salen hacia allí o agarrar un bus hasta Pasacaballos y de allí una mototaxi, te saldrá más económico pero con el culo plano de tanto bache.
La primera imagen que tuve no me ofrecía un futuro muy halagüeño, grupos y más grupos de turistas bajando con maletas de ruedines y tacones para ir a la playa mientras un grupo de locales empezaba a ofrecernos gorros, collares, menús y masajes ¿de verdad no te apetece que te disloquen el cuello?
Pero la decepción no iba a quedar solo en eso. Al llegar a la playa me di cuenta de que encontrar un hueco para poner la toalla era casi imposible de la cantidad de mesas y sillas que había, ¡hasta en el agua! ¡Enserio! Pero lo peor era la cantidad de basura, colillas, latas, vasos de plástico que flotaban en el agua. Un auténtico desastre que me habían vendido como un pequeño paraíso en Colombia.
Ya no tenía más opciones que empezar a fumar bazuco o irme de Cartagena. Por salud decidí agarrar el primer transporte que me sacase de ese horror.
Escrito por C. Benítez.
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Asi da gusto que se cuente la realidad eres una valiente