Parte 1: El Trayecto
Sin tiempo para reaccionar, me comunicaron que estaba seleccionado para realizar un proyecto de voluntariado en Nepal. Con más pinchazos que el brazo de Robe Iniesta y pocas semanas de preparativos, aterrizamos en Kathmandú. Ciudad que bien podría ser la definición perfecta de caos.
El polvo, el olor a gasolina mala y los escupitajos de los vecinos cada vez que se purgaban me daban los buenos días, mientras por mi cabeza pasaba la frase “Como me gusta el olor a Nepal por las mañanas” que se repetiría habitualmente por mi mente.
Para llegar a la oficina, teníamos un camino de 15 minutos en los que te adentrabas en la jungla urbana de rickshaw, coches patateros que como locos adelantaban sin que supieras por donde narices se habían metido o motos, ¡Qué maravilla de motos oiga! Te salían de cualquier lado, incluso del baño, entre pitos e intentos de asesinato, una auténtica selva.
Pero lo peor era cruzar la carretera. Sin semáforos, y aún menos, guardias de tráfico, la única solución era perseguir, cual psicópata, al primer autóctono que estuviera cerca y cruzar a la misma vez que él. Si no encontrabas a nadie, lo tenías difícil. Con un poco de valentía y nada de amor propio, te lanzabas corriendo para llegar al otro extremo sin perder ninguno de tus miembros.
Las dos primeras semanas transcurrieron entre clases de nepalí y talleres de higiene y seguridad. De las que siempre recordaré el momento que empezaron a meternos miedo sobre los grandes riesgos que corríamos, como ser atacados por una manada de macacos hambrientos o alguna incursión violenta de comunidades vecinas a la nuestra. Creo que se debieron de reír bastante con nuestras caras, porque fue una de las mejores trolas que nos metieron.
Una vez preparados para empezar el proyecto, comenzaríamos nuestro viaje. Solo eran 200 km de distancia entre Kathmandú y Taluwa. Pero entre las malas condiciones de la carretera, el riesgo de viajar de noche y que el último monzón se había llevado por delante uno de los puentes que deberíamos cruzar, tardamos dos días en realizar el trayecto.
Confirmaríamos rápidamente el por qué de tanta demora nada más ver la carretera por la deberíamos ir. Un camino de tierra que serpenteaba por laderas y precipicios, baches y piedras, que te cuadraban el culo para varios días. En el que nos cruzábamos cada cierto tiempo con autobuses repletos hasta el tejado que te hacía imaginarte que estabas en una auténtica película de Bollywood y en el que esperabas que en cualquier momento todo se parara mientras sonaba una música y comenzasen a bailar.
Poco a poco íbamos observando como los pueblos empezaban a ser más y más humildes, y a la vez, empezábamos a ser la atracción de los lugareños. En la primera parada, en una pseudo-estación de servicio, ya comenzábamos a sentir las miradas, y como se formaban alrededor nuestro pequeños círculos de personas que alucinaban con nuestras caras o formas de comportarnos, entre risitas e intentos vergonzosos de comunicarse con nosotros.
Fue en este momento donde tomamos conciencia del cambio al que nos enfrentábamos. Sobre todo cuando entramos al baño. Una letrina que en sus buenos tiempos pudo haber sido de color blanco, pero que hoy lucía un gris con brochadas de marrón, que desprendía un hedor insoportable permitiéndote estar dentro 20 segundos como máximo.

A través de una pequeña ventana veías la parte trasera del restaurante, donde un niño se afanaba por limpiar los platos que anteriormente habíamos ensuciado, entre gallinas que atacaban los restos de comida, un agua sucia que corría arroyo abajo con un color indescriptible y plásticos, miles de plásticos alrededor de él. ¿Cogeríamos nuestra primera gran diarrea?
Al retomar el camino, llegamos a uno de los momentos más surrealistas del viaje. En una explanada donde el suelo de tierra había sido sustituido por botellas de plástico pisadas y bolsas de patatas o sucedáneos. Nos indicaron que teníamos que hacer un cambio de vehículo una vez pasáramos el puente colgante que teníamos delante. Una gigantesca estructura de metal donde se golpeaban transeúntes y porteadores a toda prisa.
Sin darnos tiempo, decenas de personas se agolparon alrededor de nuestros jeep y comenzaron a bajar nuestro equipaje y equipos. Mi primer pensamiento, totalmente erróneo, no fue otro que ¡Anda que no soy imbécil ni nada, ya me acaban de robar la maleta!
Con esa paranoia encima, fui detrás de quien llevaba mi maleta, pero en menos de dos segundos ya se había perdido entre dribling y quiebros que iba haciendo a todas las personas que encontraba, ¡mejor que Ronaldhino! pero con treinta kilos en la espalda.

Fue la primera de las muchas veces que tuvimos que pasar un puente de estas características, por el que te podías encontrar desde un motorista a toda prisa, una vaca cansada que impedía el paso a mitad del puente o un señor de más de 60 años con un mueble de tres puertas y espejo, colgado a su espalda. ¡Estos nepalís están locos!

Una vez que conseguimos cruzar todos, y sin que se perdiera nada, llegamos a nuestro nuevo vehículo. Un autobús que se caía a pedazos, que debió tener su momento de gloria con el rey Rana, pero hoy se estremecía con un ruido ensordecedor, asientos destartalados que carecían de respaldo o asiento indistintamente y en el que malamente cupimos con todos los trastos. Pero con el que conseguimos llegar a nuestro destino. Eso si, pasando una noche en un “hospedaje” sacado de Apocalipsis Now, donde descubrimos la voracidad de los insectos nepalís, y sobre todo, los efectos que dejaban en la piel.
Al llegar a nuestro destino, después de tener que hacer la última hora de trayecto andando. Nos acogió a todos una humilde y genial familia nepalí, que se convertirían en mi familia los próximos 6 meses. Pero que se vieron desbordados por la horda de europeos y trabajadores de la ong que en un instante teníamos invadida su casa.
Esto solo fue el principio de una larga sucesión de aventuras y anécdotas surrealistas que nos fueron ocurriendo y que iremos publicando a lo largo del tiempo.
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Escrito por C. Benítez.
[…] Esta es la segunda parte de ¡Como me gusta el olor a Nepal por las mañanas! No te pierdas la Parte 1. […]