Camino Medellín/Salamina
Si viajar en pareja ya se hace difícil, en familia puede ser aún más caótico. Si además el grupo se compone de la copia de Hemingway retirado, que dice ser tu tio, Silvia que ya la conocéis, a Octavio Reverte enfermo de malaria y con su peculiar livianidad de estómago, y a tu madre, mejor no entrar en detalles por nuestro propio bien.
Ahí estábamos, decididos en hacer un camino que parecía sencillo, Medellín a Salamina, pero que acabaría convirtiéndose en una película de los Monty Paytton nada más llegar a la terminal.
Agencia tras agencia recibíamos la misma negativa, ¡hasta mañana no hay bus! Mientras se hacia un circulo alrededor nuestro de vendedores que nos gritaban y nos decían que era imposible que saliéramos ese día y nos ofrecían todo tipo de alternativas, a cada cual más irreal.
Fue un señor con bigote Falangista y camisa vieja, que después de hacer unas cuantas llamadas nos daba la única solución posible. Podríamos coger una furgoneta que iba hacia Manizales y pararnos en “La Felisa”, allí un supuesto Jeep de su cuñado, nos esperaría, eso sí, tendríamos que llegar antes de las 7, sino ya se habría marchado.
Ya montados en la furgoneta empezó el segundo gran coloquio de nuestra situación, de tal manera que hasta los vendedores que se asomaban por la ventana nos daban su veredicto. Pero resaltaremos a dos personajes, que por su pesadez o carencia de empatía hacía nuestros oídos nos hicieron que el viaje pasara de ameno al borde del suicidio.
- El ornitólogo. Señor de unos cuarenta años largos, pelo mal tintado con una personalidad entre adolescente fan de Justin Bieber y loco desquiciado, con una incontinencia verbal que llegaba a tal punto que al quedarse sin nada que preguntar, comenzaba una y otra vez con la misma historia. Nos organizó todo nuestro viaje, con ideas tan geniales como que fuéramos con él a una convención de avistamiento de pájaros o que nos desviáramos a más de dos horas de nuestro destino para agarrar un bus que él aseguraba que salía a Salamina. Aún sin haber estado en su vida en dicho pueblo.
- El acosador. En un principio pareció un tipo formal con tendencia al alcoholismo y al cabreo rápido, que en poco tiempo se había ganado a Hemingway retirado ofreciéndole Ron de Caldas, pero que perdió toda la simpatía al destapar su verdadera cara. En su tercera botella a chupitos no tuvo mejor idea que empezar a acariciar de manera sugerente los brazos de Silvia, que al darse cuenta y mostrando su mejor cara, le soltó un estufido que le quitó la tontería durante un buen rato.
Con tantas opiniones diferentes no sabíamos que hacer, no sabíamos si el jeep apareciera o si el camino de la Felisa a Salamina fuera transitable, ya que según nuestros expertos amigos, con las últimas lluvias había desprendimientos de tierra y estaba muy peligroso. Pero como el conductor del autobús llevaba el vehículo como si fuera un poseso, a una velocidad a todas luces muy superior a la que la lógica, la carretera, la poca luz y el tráfico lo permitían pensamos que peor que eso no podría ser, así que nos decidimos a bajar en La Felisa.
Ya de noche cerrada, preguntamos a varias personas hasta encontrar un jeep semivacío que se comprometió a llevarnos. Fue montarnos y en dos minutos empezaran a colgarse personas por todos los recovecos hasta sumar más de 5 personas de pie entre el aire y los salientes del jeep, un par de ellos encima de la lona y una cantidad innumerable de trastos y personas dentro, íbamos como sardinas en lata dando botes por un camino de tierra lleno de piedras de los desprendimientos del día anterior.
Poco a poco la gente se iba bajando en las pocas casas aisladas que aparecían cerca del camino, hasta que nos quedamos solos con el chófer y un amigo suyo que empezaron a hablar de la cantidad de mujeres con las que se habían acostado en el último año y de que harían el próximo finde. En este momento, en medio del bosque y en noche cerrada, todos los relatos de secuestros, asesinatos y demás historias negras de Colombia, se le debieron pasar a mi madre por la cabeza, porque empezó a ponerse blanca y decir en voz baja, “¡madre mía, madre mía! Estos nos van a dejar tirados en medio del bosque y se van a llevar todo lo que llevamos encima”.
Pues no. Lo que nos esperaba no tenía nada que ver. Sanos y salvos nos dejaron en medio de Salamina. Pero aquí nuestra sorpresa.
Todo el pueblo estaba lleno de militares, cortado por decenas de controles. Sin saberlo nos habíamos metido en la fiesta del ejército que se celebraría al día siguiente.
Una brutal verbena colombiana donde se repartían lavadoras, motos y microondas al ritmo de reggaetton con especial vigilancia del Ministro de Interior, que puro en mano y cara de malo de película “B” no se perdía un ápice del espectáculo desde su privilegiado sitio.
El punto álgido del subrealismo de este viaje fue al pasar la media noche, donde la recepcionista del hotel intentaba ligarse a Hemingway, mientras Octavio con un ataque de alergia incipiente, se partía de risa en la esquina y se escuchaban los gritos de “Estamos en el corazón de los Colombianos y ahí nos vamos a quedar” lema de la fiesta y “Viva Colombia” “Viva el ejército”.
No creo que vuelva a tener la “oportunidad” de asistir a otra fiesta parecida a esta, pero podríamos decir que casi estuvo a la altura del día que presencie un concierto de Cañita Brava en un pueblo perdido del Bierzo. Surrealismo o muerte.
Escrito por C.Benítez.
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