La primera sensación que tienes al llegar a Hanoi es que estás en medio de una estampida de Jumanji, donde si no te atropella una de las miles de motos que colapsan las calles, lo hará algún camión. Un casco es el complemento idóneo para estas ocasiones.
Aunque parezca mentira, después de varias horas caminando por las calles de Hanoi, y sudando como Camacho en el Mundial de Corea, empezó a gustarme ese “caos ordenado” que se respiraba en la calle.
Bien es cierto que al principio tendrás que perseguir algún local para poder cruzar la calle o esperar a que más turistas se unan a ti, para poder pasar en grupo. Aunque nada va a ser peor que aquellos días por las junglas callejeras de Kathmandú donde el polvo, contaminación y las motos creaban un cóctel perfecto para un suicidio rápido.
Una de las mejores cosas de Hanoi es la cantidad de museos que hay por toda la ciudad, con entradas que no cuestan más de un euro (30.000 Dong). Una opción perfecta para huir del calor infernal y de los atropellos.
Después de unos cuantos días pateando todos los museos, estos son los que me parecieron más recomendables:
–Museo de Etnología: podrás ver los diferentes tejidos, casas y estilo de vida de las múltiples etnias de Vietnam. Está un poco alejado del centro, pero merece la pena pasar la mañana allí.

–Prisión de Hoa Lo: puedes aprender un poco más sobre el lado más oscuro de la humanidad a través del trato vejatorio que ejercían los franceses a los prisioneros vietnamitas. Una vez que esta prisión fue controlada por el Vietcong, se usó para retener a prisioneros americanos. Llama mucho la atención como cambia la historia y son tratados como si fueran reyes, o eso quieren vender, con multitud de cartas de prisioneros americanos agradeciéndoles el buen trato, fotos de prisioneros sonrientes, jugando al baloncesto, etc.
Tampoco hay que desmerecer otros museos que también son dignos de visitar, como el Museo de las Mujeres o el de Historia Nacional, que alberga en uno de sus edificios una buena colección de piezas antiguas.
Ahora bien, una constante que se repite en todos los museos que vi es la exposición de peines. Todavía no entiendo el fetiche que tienen con este objeto, pero después de encontrarme vitrinas en todos los museos exponiendo peines de plástico, metal, madera, llenos de mierda o en la funda del hotel empecé a preocuparme por mi incipiente calvicie…
Sin duda, el momento más delirante de mis mañanas de museos fue al pasar la décima colección de peines del día a toda una planta donde exhibían tuberías, ventiladores, sacos de cemento y así un largo etcétera, ¿me he metido en una ferretería sin saberlo?
Una de las cosas que más echas de menos cuando estás en Nueva Zelanda es la vida en la calle y los puestos callejeros, por lo que en mis primeros días por Vietnam me puse las botas en todas las esquinas que vendieran algo de comida, que son todas. Y después de llevarme alguna decepción, me quedó claro que si quieres acertar hay una regla que deberás poner en práctica “cuánto más pequeña sean las sillas, mejor”.
Una vez que ya no me quedaban museos que ver ni calles que patear, llegó mi familia. La misma que sufrió y vivió unas cuantas de nuestras desaventuras por Colombia, así que con el tiempo un poco más justo, visitamos Tam Coc y la Bahía de Halong.

Después de leer muchos blogs con malas experiencias al contratar el barco por la Bahía de Halong, tuve que imponerme a mi espíritu judío y rascarme un poco el bolsillo para no contratar un desastre. Y he de reconocer que no estuvo mal. Tuvimos mucha suerte ya que habíamos contratado un barco de 3 estrellas, y por falta de clientes nos pasaron a otro de 4 estrellas por el mismo precio. Un pequeño lujo que pocas veces se repite.

Pero la visita a Tam Coc nos dejó un ligero sabor agridulce al ver como un lugar tan impresionante está siendo degradado con las actividades de varias cementeras que hay alrededor. Y por otro lado, se hace un poco pesada la insistencia continua de los vendedores ambulantes.
Algo habitual es que a mitad de recorrido te paren para que compres algo y de paso, le regales al barquero un pack indivisible de refresco, fruta y bolsas varias de picoteo, por un valor de 5 dólares.
A juzgar por la señora que apunta lo que le dan a cada barquero, y que guardan todos los pack en el mismo sitio, diría que el único objetivo de este atosigamiento es sacarse unos dólares extra que se repartirán entre ellos. Cuánto menos ingenioso.
Y con ganas de quedarme unos días más por el norte de Vietnam, pusimos rumbo hacia Hue, donde el calor infernal cobró un nuevo significado, pero esta ya es otra historia.
Escrito por C. Benítez
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Lo mejor de Hanoi es que te pille en la calle una buena tormenta con sus truenos y relámpagos y con los cables eléctricos como si fueran puñados de espaguetis cocidos tendidos de poste a poste. Con el corazón en un puño pensando que en cualquier momento va a caer un rayo en ellos.
Que no te caiga alguno de los miles de cable que cuelgan por todas las calles es un verdadero milagro. No me quiero imaginar el quebradero de cabeza para arreglarlos…
[…] allí donde nos dirigimos desde Vietnam en un avión que provocó las risas y el miedo a todos los pasajeros, tanto, que unió a todos los […]