Puerto Big Sista

Cientos de gotas recorrían mi frente desembocando en forma de ríos por toda la camiseta que poco a poco se convertía en una esponja sudorosa adherida a mi cuerpo. Todas las sombras estaban tomadas y los pocos que aguantaban estoicamente al sol se protegían con un paraguas. Pero a pesar del solazo, una sonrisa se dibujaba en nuestros rostros mientras esperábamos frente al ferry Big Sista.

Y no es para menos, llevábamos 10 días con todos los puertos y aeropuertos cerrados debido a la actividad del ciclón Oma y su pereza por marcharse de Vanuatu, pero por fin, podíamos coger el primer ferry con dirección Malekula, la segunda isla más grande del país, tierra de caníbales y asombrosas tradiciones que todavía guardan con cierto recelo al visitante.

Tras pagar 7100 vt., nos subimos a nuestra feria por un día, no era precisamente el barco vikingo lo que nos esperaba, en el que entusiasmados adolescentes se suben para disfrutar de unos minutos de mareo y gritos, si no, un barco perfecto para el desguace, posiblemente el artífice de la palabra decadente, donde cada una de las salas podría convertirse en una habitación del pánico.

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Asientos fantasma

Como embarcamos casi los últimos, nos encontramos que todos los lugares estaban ocupados, o simplemente eran asientos fantasma que solo conservaban el respaldo y no tenían reposa culos, con lo que el viaje se complicaba.

Buscando por todo el barco, encontramos una habitación otrora semilujosa, con sofás en forma de “U”, con un aire acondicionado y casi vacía. ¿Y esto? ¿Nos podemos quedar nosotros aquí? Algo falla, ¿porque todo el mundo se amontona en las otras salas y en esta no hay nadie? No tardaríamos en descubrir el enigma.

Mientras tanto, Port Vila quedaba a nuestras espaldas en forma de típica postal de isla tropical salpicada de palmeras y bosques, rodeada de un azul turquesa que poco a poco se iba transformando en un azul oscuro, a la vez que nos esforzábamos en descubrir algún animal entre sus aguas, algo que no tardó en ocurrir al aparecer la sombra de un enorme tiburón provocando los gritos de sorpresa de media embarcación.

Pero poco duró la tranquilidad, una vez que dejamos atrás la bahía que protege la capital de Vanuatu, las olas empezaron a crecer, el barco a dar tumbos cual borracho de madrugada y mantenerse de pie comenzaba a ser una empresa difícil. ¡Creo que va a ser mejor volver a nuestro lugar!

Lo que una vez fue una habitación refrigerada, se convirtió en un pequeño horno donde nuestras cuerpos se quedaban pegados a la piel sintética de los sofás, las olas se sentían como si ocurrieran miles de Tsunamis bajo nosotros y donde ponerse de pie, era imposible. Llevamos 30 minutos de viaje y son 24 horas ¿Dónde nos hemos metido?

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No era tan semilujosa ¿verdad?

No suelo marearme en este tipo de viajes, pero en esta ocasión, solo incorporarme en el asiento me provocaba tal sensación que ni siquiera hice el esfuerzo de moverme cuando descubrí que tenía un nido de cucarachas a pocos centímetros de mi cabeza y que sin ningún  tapujo se paseaban orgullosas a mi alrededor.

En todo el tiempo que estuve tumbado, no deje de pensar que era algún personaje del viaje de Javier Reverte en «Vagabundo en áfrica» al atravesar el Río Congo, donde se subía a barcos en los que se podrían descubrir nuevas familias de insectos o me imaginaba que iba viajando en una lavadora con el programa de centrifugado extremo.

Bien entrada la noche, el barco hizo su primera parada en Epi, una isla al norte de Efate, y en la que muchos viajeros se bajaron dejando libres algunas de las literas que se encontraban en la sala principal y a las que aprovechamos para cambiarnos rápidamente y de paso, levantarnos por primera vez en horas.big sista, lavadora, viaje en big sista, vanuatu, malekula, efate

Podría ser perfectamente una sala de refugiados, donde un centenar de personas se apelotonaban entre vómitos que caían al suelo al no haber bolsas y que limpiaban con unas pequeñas toallas, cajas de todos los tamaños, unas literas donde el colchón estaba confeccionado con unas sábanas que envolvían la estructura haciendo una superficie de lo más cómoda, a la par que de un color indescifrable de años de suciedad encurtida, caras de mareo allá donde miraras, y todo ello, envuelto en regueros de insectos.

Sin comer, cansados y con un mareo que permanecería entre nosotros durante todo el día llegamos al puerto de Litzlitz en Malekula, 24 horas después de haber embarcado, pero por desgracia el drama no había terminado.

Ahora tocaba el momento Booking. Nuestra reserva en el hostel más cercano al puerto no se ajustaba a la realidad, lo que eran 3 km en la web se convirtieron en 20 km, un mareo considerable al chófer del colectivo y otra media hora de viaje en el que 14 personas, un bidón lleno de gasolina, plátanos, muchos plátanos, machetes y mochilas formábamos un surtido en el maletero de la furgoneta donde saltábamos, como palomitas de maíz en una olla con cada bote que nos alisaba el culo y a mí me encajonaba entre las rejas del coche y el bidón sin dejarme espacio para moverme entre las risas del resto de pasajeros. ¡Pero porqué tanto odio!

Sin duda, este trayecto se estaba convirtiendo en el peor de nuestras vidas superando con creces al día que acabamos durmiendo en el pasillo de un autobús de Bolivia, congelados, pateados y cubiertos de mugre.

Pero llegamos, por fin llegamos, a un pequeño lugar familiar, con una terraza con vistas a la isla de Wala y que nos recibió con el paso de una decena de delfines para poner el punto y final a un viaje de pesadilla.

Escrito por C. Benítez.

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Malekula

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2 comentarios

  1. La reina de los mares

    Estáis preparados para la guerra!!!!

  2. Siempre frescos, me gusta vuestro rollo, volved a las andadas ya!!

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