Una vez terminada la temporada de cerezas en Cromwell, por fin llegó el momento de conocer un poco la isla sur y que mejor que recorrer la West Coast de Nueva Zelanda con nuestra Van recién adquirida.
Todo indicaba que sería un viaje tranquilo y sin complicaciones pero nunca se ha viajado lo suficiente para dejar de cagarla. Y de este viaje nos llevamos unas cuantas lecciones bien aprendidas.
Pusimos rumbo hacia Wanaka, donde se encuentra una de las caminatas más conocidas de la Isla Sur, la subida al “Roys Peak”, muy bonita sí, pero ni una sombra en 7 km. de cuesta con 1000 m. de desnivel.
Advertidos por nuestros amigos, echamos a andar en plena noche, sin apenas haber dormido, con la intención de estar en la cima para ver el amanecer y así evitar el calor insoportable del medio día.
Sin duda una de las mejores decisiones que pudimos haber tomado , una vez vistas las caras de sufrimiento y miradas de desesperación que tenían los caminantes, que muy masoquistas ellos, se aventuraban a subir botellín en mano y chanclas todo terreno a las 11 de la mañana. Donde un señor vestido de muerte por insolación les seguía muy de cerca esperando a que diesen el último trago de agua y se percataran que no había forma de rellenar la botella ni de escapar de ese horno protomurciano.

Nueva Zelanda tampoco se libra del gracioso de turno y sus obras de arte. Así que haz el favor, si te estás cagando, en el comienzo de la caminata hay un precioso baño para depositar tus pertenencias.

Después de una merecida siesta a orillas del lago continuamos en dirección a lo que “Wikicamps” señalaba como camping free. Otra vez más, resultó ser una cuneta en la carretera donde casi el retrovisor quedaba dentro de la vía. Puesto que no parecía el mejor lugar para dormir continuamos hasta el camping público más cercano, donde se puede pasar la noche por 8$.
Fue aquí cuando descubrimos que no todo en Nueva Zelanda se puede pagar con tarjeta, como es habitual, sino que los camping se pagan depositando un sobre con tu nombre y el dinero en efectivo en un buzón. Así que ahí estábamos los dos tontos, sin más dinero que 3 míseros dólares y con las tarjetas en el bolsillo totalmente inservibles, ya que el cajero más cercano se encontraba a más de 30 km.
Después de barajar todas las posibilidades de colarnos, vender unas tortillas de patatas al resto de campistas para conseguir el dinero o tener que adelantar etapas de nuestro viaje para sacar dinero en algún cajero. Afortunados de nosotros, aparecieron de la nada dos amigos, que para más casualidad ni siquiera iban a dormir en el camping, tan solo paraban a tomar unas fotos. Tras ver nuestras caras de pobres vagabundos, y tras unas buenas risotadas, no dudaron en prestarnos el dinero y así salvarnos de pasar la noche en la cuneta.
Al día siguiente seguimos nuestro trayecto parando en las Blue Pools y varias cascadas situadas al borde de la carretera que conduce hasta Haast. Esta vez encontramos un “free camping” un poco más apañado, en una explanada a las orillas del río donde varios campistas hicimos noche.
Felices, dimos una vuelta, nos bañamos en el río y nos dispusimos a comer hasta que aparecieron “ellas”, la maldición de la West Coast de Nueva Zelanda. Esta vez no fueron dos rinocerontes, sino las malditas Sandflies, el “puto peor bicho” que ha creado la naturaleza. Millones de ellas, junto a cientos de mosquitos, crearon una rave alrededor de nosotros obligándonos a terminar de cenar dentro del coche entre maldiciones.
A media noche, comenzamos a sentir un ruido incesante debajo de nosotros. Primero lo atribuimos a que se estaba rompiendo la cama, paranoia que me persiguió durante parte del viaje. Pero lo descartamos rápidamente a la vista de que no nos caíamos. Por lo que empezamos a pensar que sería algo de fuera, pero era un ruido demasiado cercano a nosotros y fuerte como para estar fuera…¡Diosito! No hay duda alguna, con todas las señales claras, lo tuvimos que aceptar, ¡tenemos un ratón en el coche y el muy cabrón se está comiendo la bolsa de los espaguetis!
Entre somnolientos, cabreados y armados con las zapatillas salimos del coche para encontrar donde se había metido, pero la lluvia y las sandflies de las narices nos obligaron a volver rápidamente, tanto, que a alguno de nosotros se le olvidó cerrar una de las puertas. ¿Quién? Todavía es un misterio, pero este segundo error es imperdonable.
Ya os podréis estar imaginando nuestras caras al despertarnos y ver la puerta abierta. La primera reacción fue pensar que nos habían robado, la segunda, una vez visto que no nos faltaba nada, fue corroborar nuestra falta de inteligencia, por si todavía quedaba alguna duda. Y entender porque puñetas el coche estaba lleno de mosquitos y sandflies toda la noche.
Con la autoestima por los suelos, derrotados por las alimañas, y con la transformación de Silvia en un boceto de Picasso a causa de las múltiples picaduras en ojo y boca, nos fuimos directos a comprar todo tipo de venenos que pudiésemos echar en nuestro coche, no echamos Napalm por falta de stock en la tienda, pero ganas teníamos.
¿Ya está, no? Pues no.
Si todavía creíamos que nuestra mala suerte, por decir algo, iba a terminar, todavía nos quedaba la peor parte. El Ciclón.
Sabiendo lo que nos venía, y sin poder hacer ninguno de los trekking que teníamos planeados, pudimos ver Fox Glacier antes de refugiarnos en el camping. Esta vez uno de verdad, no estábamos para más sorpresas y la necesidad de una ducha era inaplazable. Lo que iba a ser una noche, se convirtió en tres, más que nada porque 36 horas de lluvia incesante provocaron tales destrozos que tuvieron que cerrar todos los accesos del pueblo. Lo cual tampoco nos supuso ningún disgusto porque Franz Josef es uno de los sitios con más encanto de la isla sur, teníamos barbacoa, y no había tantas sandflies.
Pero el ciclón nos trajo el último gran disgusto. Un inconveniente que el japonés que nos vendió el coche, misteriosamente, se olvidó de mencionar. El coche tenía goteras en el techo. ¿Cómo se le pudo olvidar mencionarlo? Y que no acabó en desgracia de milagro, ya que justo donde caía el agua estaban todas nuestras cosas de valor, pc y cámara. Ese día la familia del japonés tuvo que sufrir un dolor de oídos profundo de las veces que me acordé de todos ellos.
Una vez reabiertas las carreteras, continuamos nuestro viaje entre lagos y pueblitos costeros, donde la desolación y el alcoholismo de sus gentes van de la mano.
Terminamos nuestro viaje en Motueka para comenzar a trabajar en la recogida de manzanas. Podríamos decir que esta fue la guinda que culminó el pastel de errores que tuvimos durante estos días, al acabar trabajando en la peor “orchard” de Nueva Zelanda. Pero esto ya es otra historia que os hemos contado en el post Recoger Manzanas en Nueva Zelanda, como conocimos a Margaret Thacher Kiwi y su fiel escudero bobalicón.
Menos mal que solo quedó en unos días malos frente a dos meses trabajando para un buen jefe y viviendo en el mejor lugar de Motueka sin duda, White Elephant Backpackers. No gano nada haciéndoles publicidad, pero Pam, su dueña, es de las mejores personas que nos hemos encontrado en Nueva Zelanda.
Así que si vas a recorrer la West Coast de Nueva Zelanda en tu campervan, no olvides cerrar bien todas las puertas, llevar mucho repelente, tener en cuenta la previsión del tiempo para evitar ciclones y lo más importante, antes de comprar el coche: asegúrate de que no tiene goteras.
Escrito por C. Benítez
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La primera vez que escucho que un coche puede tener goteras, vaya putada debió ser.
Me encantan tus historias bro, sigue viajando y contándolo. Te seguiré.
Una buena faena si que fue, sí. La próxima vez que compre un coche será lo primero que pregunte ejejej.
Un saludo.