La mala suerte de no ser Hanibal del equipo A es que “no siempre los planes salen bien” y, en esta ocasión, me lleve una buena decepción.
Arena blanca, mar de mil azules, cocoteros y una cerveza bien fría entre ola y ola, era como me imaginaba el Caribe guatemalteco al que me dirigía. Iluso, o mal informado de mí, iba hacía un chasco bien merecido, Livingstone me esperaba.
Llegué a Rio Dulce en un viaje interminable, gracias a que varios coches se pararon a recogerme, (lee el diario del autostopista desquiciado I). Nunca me podré olvidar del último, un coche de policía con cuatro robocops armados hasta los dientes y con cara de pocos amigos. No tenía ni idea de que hablar con ellos, no sabía si preguntarles por su familia o cagarme en ella, bueno, a estos no, que se portaron bien.
Tras un largo silencio, se me ocurrió sacar el tema infalible, fútbol. Menos mal que uno de ellos era un fanático del Madrid. No es de mis equipos favoritos precisamente, pero me ayudó bastante para relajar un poco el ambiente y que no me sintiera cual detenido.
Una vez en Rio Dulce, que nada tiene que ver con paisajes idílicos de postal, solo necesitaba un hostal económico en el que hacer noche antes de cruzar a Livingstone. Lo único asequible fue el motel más cutre del lugar, que por el módico precio de 40 quetzales ofrece una habitación en miniatura, donde solo cabíamos las cucarachas y yo.
Lo peor es que en el precio venía incluida la función de un “Sálvame Centroamericano” que a mis vecinos les dio por representar a las 10 de la noche hasta pasadas las 3. En resumen, la típica pelea de marido borracho y celoso con la mujer que acaba siendo agredida y un amigo en el papel de cuidador. El show duró hasta que mis colegas los robocops aparecieron de nuevo y detuvieron el tradicional viernes de mis vecinos.
Como mi presupuesto en ese momento estaba cerca de tener que reciclar arroz de la papelera más cercana, no podía permitirme pagar el pasaje del barco convencional para pasar de Rio Dulce a Livingstone. Busqué por todos los lados algún pescador que me hiciese buen precio, hasta que lo encontré, dio tiempo a que se formara la peor tormenta que recuerdo, y lo que prometía ser un viaje precioso por el río hasta el puerto de Livingstone se convirtió en una ducha indeseada, de la que estuve acordándome una semana entera, no había dios que secara la ropa.
Al ser una zona con tan difícil acceso, solo fluvial o marítima, la cultura local se ha mantenido, hasta que el turismo ha llegado a desequilibrar el ritmo local.
Una vez que llegas, parece que estás en Jamaica, no tiene nada que ver con el resto de zonas de Guatemala. La arquitectura es diferente, los habitantes son afrodescendientes y, además del español, se habla el garífuna.
Tuve la buena suerte de que al llegar dejó de llover un rato, justo para encontrar el hostel donde pase unas noches, la casa debió ser un lugar de negreros o venta de esclavos en algún momento del pasado, llena de habitaciones y recovecos donde perderte. La verdad que estaba bastante bien.
Al día siguiente, me puse mi bañador, crema solar factor 350 para guiris con clase, y me dirigí a la playa.
He visto vertederos, zonas de desastre ecológicos, la sede del PP en Génova, pero nunca había visto algo tan sucio y contaminado como esta playa. Pude recolectar chanclas del pie izquierdo, bambos llenos de mejillones, compresas, miles de tapones, etc. Era como si hubiesen arrastrado un “todo a 100” a la orilla. Si a todo eso, juntamos que las aguas negras iban sin ningún tipo de control al mar, os podéis imaginar el buen baño que había en esa playa. Vamos que lo que pensaba que iban a ser unos días de playa, fueron peor que el fin de semana en Marina d´or. Un desastre.

Un tiempo después, cuando ya me quedaba poco en Guatemala e iba de vuelta a México. Quería parar en Chichicastenango, (“Chichi” para los locales) ya que había escuchado que los sábados se hacía el mercado más grande y espectacular de Latinoamérica.
Otra vez tenía que llegar haciendo autostop, ahí estaba yo, parado en uno de esos lugares en mitad de la nada entre un pueblo y otro, por suerte, en ese momento había un poco de atasco, la gente iba en sus coches acalorada y por tanto con la ventanilla bajada, así que para aligerar el proceso de conseguir coche empecé a gritar “a Chichi!, a Chichi!”, empecé a escuchar unas risitas a mi espalda y me di la vuelta para ver que pasaba en los tugurios que tenía detrás, resultó que estaba parado justo delante de un puticlub, donde las trabajadoras me miraban y se reían sin parar. La verdad que pedir autostop gritando Chichi delante un puticlub no deja de parecerme bastante subrealista. Salí de ahí con un «Tico» que me contó sus desamores durante un par de horas.
Chichi es un lugar curioso, además de tener un mercado enorme y un cementerio lleno de colorido impresionante, también puedes ver una infinidad de borrachos esturreados por las calles. No importa el día, la hora y muchos menos el lugar, ellos duermen la mona tirados sobre cualquier acera en posturas que ni el mejor yogui del mundo conseguiría imitar.

Uno de los días que pasé allí coincidió con una procesión, las calles atestadas de gente con sus trajes tradicionales, las mujeres en las escaleras de la iglesia con sus cargamentos de flores, música y colorido por todas partes, y por supuesto cantidades extraordinarias de borrachos que continuaban su plácido sueño en medio de todo el barullo. Un día digno de almacenar en mi escueta memoria.
Escrito por C. Benítez.
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Tanto buscarte para encontrarnos con esto…
Livingstone, otro destino que tachar, menos mal que Chichi parece mas interesantea pesar de los borrachos.
Recién llego de Centroamérica y uno de los lugares que lamente no haber podido llegar fue Livingston .. parece que no me perdí nada..
La verdad que tampoco te perdiste mucho no, salvo que quisieras cambiar tus chanqletas por algunas de las cientos que había en la playa…