En República Dominicana se pueden encontrar playas magníficas que nada tienen que ver con la falsedad de Punta Cana, como Las Terrenas y Punta Rucia en el norte de la isla o Bahía de las Águilas en la costa meridional. Sitios por lo que sin duda merece la pena visitar el país.

Pero si además de conocer esos paraísos quieres vivir en Santo Domingo, hay que saber que es una ciudad que no se caracteriza precisamente por su seguridad. Durante los 3 meses que viví allí, tuve 3 intentos de robo, cada uno más peligroso que el anterior. De todos ellos salí ileso, por lo que no sé si decir que tengo mucha suerte o que me miró un tuerto nada más nacer.

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Mi primer contacto con la violencia fue bastante surrealista. A la salida del trabajo, volvía con una docena de mangos. Mientras caminaba con una sonrisa en la cara por la panzada de fruta que me iba pegar, apareció un niño de la nada. Cuchillo en mano y con voz de ultratumba que resultaba absurdo mirando su cuerpo diminuto, me increpaba “¡dámelo todo, dámelo todo!”
No podía creer que pretendiera robarme, pero cuando lanzó el cuchillo y fue detrás mío, resultó obvio que ese niño no estaba jugando.
Por suerte, esta vez no fue a más, yo ya estaba frente al portal de casa, así que mientras el niño recogía el cuchillo del suelo pude entrar rápidamente con mis preciados mangos a salvo.

El segundo intento de robo tampoco tuvo mucho sentido. En esta ocasión, volvíamos mi compañero de casa y yo de una fiesta, un viernes por la noche. Casi sacando las llaves para abrir el portal, aparece un chaval, esta vez algo mayor que el de la primera vez, pero igual de escuchimizado. No sé que tipo de película habría visto ese día, o quien pensaba que era, pero con la mano en sus partes simulando que llevaba una pistola, nos gritó “¡arriba las manos, dádmelo todo!”

¡Qué manera tan cutre de intentar robarnos!

Cuando vio que estábamos abriendo la puerta de nuestra casa, se acercó más a nosotros, llevándose un pequeño empujón que le hizo perder la estabilidad y sacar la mano de sus partes. En un momento su actitud se transformó de violenta a pedigüeña. Lógicamente no le hicimos caso y nos fuimos a casa.

Estas dos anécdotas no fueron más que un simulacro comparado con el tercer robo, en el que pasé más miedo que el Chuky de Cieza en un control de estupefacientes.
Antes de que ocurriera, estaba con la broma de que la próxima vez que alguien intentase robarme ya sería con una pistola. Dicho y hecho.

Era un lunes por la mañana, a plena luz del día y en un barrio que no es considerado nada peligroso. Nunca habría imaginado un atraco en un sitio así. De camino al trabajo, iba escuchando música con los cascos tranquilamente, cuando se paró una moto a mi lado, diciendo algo que no escuché. Me acerqué a preguntar que quería. Error.

En ese momento me apuntó con con una pistola gritando que le diese el móvil.

¡No he pasado más miedo en mi vida!

La situación era la siguiente, un motorista amenazándome con una pistola y yo acojonado pensando cuales eran mis posibilidades de no morir y que no me robaran.
¿Cuál fue mi reacción? Una no muy inteligente, echar a correr despavorido. Nunca sabré que se me pasó por la cabeza para actuar de esa forma.
Empecé a pedirle que no me robara el móvil, que me iba a joder mucho. El tío me gritaba que se lo diera rápido, creo que más nervioso que yo. Temblando, le quité los cascos y le tendí el móvil. Aquí es cuando el absurdo tomó la situación.

Tenía mi favor que conocía bastante bien el lugar donde estaba, ya que pasaba por ahí todas las mañanas. Sabía que doblando la esquina, a unos 20 metros, había un “colmadito” que debería estar abierto y en el que podría esconderme.

En micras de segundo, pensé que el no necesitaba la funda de mi móvil, a la que le tenía un especial cariño. Por lo que mientras le decía que la funda me la quedaba yo y retiraba mi brazo. Él, al no tener manos para todo (tenía que sujetar la moto, apuntarme con la pistola y coger el móvil) guardó la pistola en su entrepierna. Ahí es cuando creyéndome Usain Bolt, aproveché para salir corriendo como loco, por su espalda, mientras por la cabeza solo me pasaba el pensamiento de escuchar el disparo.

No sé que cara tendría el tío, pero la mía debería ser un poema, a los dos segundos, doblé la esquina y conseguí llegar al “colmadito” gritando que me escondieran que me querían robar.
Con una sensación de pánico y miedo incontrolable, les pedí a los dueños que llamaran a mi trabajo para que viniera un coche a recogerme, porque no me atrevía a salir a la calle.

El desafortunado incidente coincidió con mi cumpleaños, así que al llegar al trabajo, temblando como un flan, me esperaban mis compañeros con globos y demás parafernalia. Con la tontería tuvieron motivo para bromas durante un buen tiempo, pero más fue el que necesité yo para quitarme el mal rollo del cuerpo cada vez que pasaba por esa calle, que era todos los días.

Escrito por C.Benítez.

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7 comentarios

  1. Parece que la República Dominicana no es país para trabajar, aunque la venden como un paraiso…., pero solo para vacaciones en Punta Cana, parece ser.

  2. A pesar del mal o malos momentos vividos, lo has contado con mucha gracia y acabè riendo!. Pero lamento mucho que sucedan este tipo de situaciones en cualquier parte del mundo.

    1. Después de un tiempo la verdad que me puedo reír de lo sucedido pero que malos ratos…
      Me alegro que te gustase, espero que nos sigas leyendo.
      Un saludo.

  3. Pues yo llevo ya 7 años viviendo en Santo Domingo y no me han atracado nunca y no soy de los que va a todos sitios en coche o está encerrado en casa, no paro de salir y de andar por la calle. Tuviste mala suerte chavalote.

    1. Me alegro mucho que a ti no te haya ocurrido nada. Por mi parte, obviamente, fue mala suerte. Pero el riesgo a que te ocurran este tipo de cosas en Santo Domingo es alto. Por más que vayas sin enseñar nada y tomando todas las precauciones posibles.
      Un saludo y espero que sigas leyendo el blog.

  4. Obviamente tuviste mala suerte, yo en 7 viajes por libre por distintos partes de RD nunca me ha pasado nada, lo cual tampoco quiere decir nada. Pero sí observo un error, o cosa de las que no se deben hacer, en este caso ir por la calle escuchando música con auriculares puestos, porque eso es suficiente para que alguien se fije en ti, lo siguiente ya lo sabes, y gracias a que no iban dos en «el motor» porque el desenlace posiblemente hubiera sido otro. NUNCA llamar la atención, nunca.

    1. Creo que fue la última vez que escuché música por las calles de Santo Domingo, con auriculares quiero decir, porque la música ya lo ponían los coches que pasaban.
      La verdad que fue un error por mi parte, pero me confié al ser un trayecto que hacía todos los días, en una supuesta zona segura y que no eran más de 300m…
      Pero bueno, de los errores se aprende. Muchas gracias por tu comentario y espero que sigas leyéndonos.
      Un saludo.

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