Si estas en Bolivia y quieres adentrarte en la selva, en nuestra guía para “mochileros de postureo” se recomienda visitar el Parque Nacional de Madidi. Y para evitar demandas de “cuñaos” intrépidos como yo, cuenta la historia de, quién en 1981 se adentró en la selva a lo loco, a buscar un tesoro con otros cuatro “letrados de lepe” que se perdieron por el camino (RIP).
Yossi “el suertudo”, estuvo tres semanas perdido en la selva dejando a Bears Grylls como un boyscout deficiente.
Cuando encontraron a Yossi, el pobre andaba con las rodillas porque tenía los pies en carne viva. Había sobrevivido comiendo los frutos que veía comer a los monos.
Solo, perdido y sin esperanza… rodeado de jaguares, arañas venenosas, bichos como el puño de Chuck, y cosas tan jodidas como gusanos que se meten bajo la piel… o el pez cabrón ¡qué te folla la uretra!
Qué sitio mas guapo, ¿no? ¿se necesita alguna razón más para elegir ese destino? ¿Qué no?. ¡¡Pues sí!! Para llegar a la selva tenemos que viajar a través del camino de la muerte o camino de los yungas (yungas las que nos vamos a comer como el autobús se despeñe)
Este recomendable paseo trascurre durante unas interminables 20 horas, en las que te da tiempo a procesar de corazón todos y cada uno de los credos que ha inventado el hombre.
Al año mueren “por ostia fina barranco abajo” 96 viajeros. En un promedio de 209 accidentes en un doble salto mortal con tirabuzón. Directo al hoyo y sin reválida.
Durante los primeros 64 km se descienden 3.600 metros de desnivel en zig-zag, en un mar de niebla espesa, con 3 metros de holgada anchura de vía sobre un magnífico precipicio. Unas vistas geniales, prometen. Diversión asegurada, pienso yo.
Es en éste punto, cuando decido por fin valorar los pros y contras de esta nueva aventura (el motivo de por qué hacerlo ¿para qué coño me lo voy a plantear?):
Preocupación 1: Encontrar la muerte por la picadura/ataque/enfermedad de cualquiera de los bichos grandes o pequeños que ha creado “Yisus” y habitan en la infame e invisitable selva. Mi error de valoración: Tengo Goibi XTREME en toallitas. No hay ser vivo que pueda respirar esa mierda sin ahogarse, repele 100% a TODO. Bueno eso no es verdad…pero casi… y si no, prueba a chuparte los dedos después de aplicártelo y me cuentas.
Preocupación 2: Encontrar la muerte en el autobús de la muerte, mientras recorro el camino de la muerte boliviano. Mi error de valoración: Vamos a ver…que es un autobús de línea, ¡el conductor es un profesional de su trabajo!
Así que, una vez evaluadas las opciones y decidir andar por la vida como Juan sin Miedo ¡estábamos en marcha! ¡Selva prepárate!
Salimos desde el Alto, La Paz (la ciudad más alta del mundo) en un bus con los bajos más altos que he visto nunca (será por honrar a su ciudad). Una decoración exquisita nos aguarda en el interior y nos invade un sentimiento para nada agobiante parecido al Síndrome de Stendhal. Como colofón adereza el viaje, el purista gusto musical del chofer, que tanto aman los viajeros a ritmo de bachata afónica y enamorada.
Como ya digo, este es el inicio de mi embriaguez patológica y entro en una psicodelia colorista capaz de interpretar con alegría las señales más mortíferas.
Disfruto que la carretera sea angosta puesto que el suelo es llano. Veo como la gente se apaña con lo que tiene y me siento aliviada por todos.
– ¡Mira esa madre bañando a su hija! ¡que tierno!
De repente todo se nubla y me creo que estoy como en un sueño, ¡que flipante es el mundo! La niebla es tan densa que entra por la ventana rota del autobús, y al intentar tocarla me corto la yema del dedo.
– ¡Joder que frío de repente! – Me quedo anonadada, “estupefaciente” y la carretera desaparece, hasta que… – ¿Cómo que la carretera desaparece? – empieza el miedo… – La carretera desaparece ¿¿¡también para el conductor!??
Rápidamente se comienza a disipar la niebla y recobro mi “happy hour”. Aparecen ante mis pupilas dilatadas, el infinito mar verde de las montañas mullidas por majestuosas copas arbóreas. La carretera me parece el trazo impreciso de un dibujante de primer curso. La paranoia ha pasado. Me siento a salvo.Y vuelvo a la estupidez absoluta…en mi mente un grupo de señores del imserso bailan la conga mientras corean: ¡vamos a la sel-va!¡vamos a la sel-va! uh!ah!
Pero allí abajo, en las partes dónde no hay río bravo, se suceden las intermitentes cruces floreadas que recuerdan a los que nunca llegaron a destino. 209 accidentes al año, resuena en mi cabeza… – ¿Cuánto es eso? ¿dos días de cada tres?
Un mochilero “gringo-like me” está empezando a agobiarse y busca consuelo en un lugareño “motherfucker” que juega a meterle miedo de una manera siniestra.
El rubio turista pregunta una y otra vez al autóctono sentado a su lado sobre cómo de seguro es el viaje. Y éste con gesto impasible afirma que no hay peligro.
-La carretera ahora es harto segura. Accidentes una vez por semana no más …Y si el autobús cae allá a lo hondo, no hay porque temer mi hermano. La mayoría de la gente muere en el acto y pues… ¡no sufren! – mientras se santigua como un poseso con cara de no querer tentar al diablo…
Otros problemas «¿menores?» ocupan también mi mente y mis intestinos. Solo hacemos una parada para ir al baño en 20 horas y la gente se pisa con tal de llegar primero. Dos pitadas del chofer avisan de que se han acabado los diez míseros minutos para «hacer nuestras necesidades» y volvemos a la carretera.
Unos cientos de padres nuestros, curvas y cabezazos después llegamos por fín a destino, el pueblo de Rurrenabaque.
En la estación de autobuses se agolpan los cazadores de turistas. Nos ofrecen alojamiento y tours a la selva, a voces. Nos increpan y nos siguen. Se agolpan y no nos dejan ni colocarnos las mochilas. Me recuerdan a los relaciones públicas de las discotecas que intentan que entres a su garito de mierda por una copa de garrafón barato. Yo me pongo nerviosa y empiezo a negar a todos mi palabra y mi cartera. ¡Así no me voy con nadie! ¡Dejadme respirar, coño!
Terminamos haciendo lo que hacemos siempre, mochilas al hombro y con las piernas entumecidas de las horas que hemos pasado sentados, decidimos andar sin rumbo a ojear, a comprobar con nuestros ojos la clase de alojamientos que hay en el pueblo. Somos viajeros listos y experimentados que no vamos a caer en las “típicas trampas de novatos”.
Con unos criterios claros, (precio máximo fijado y condiciones higiénicas mínimas predefinidas) hacemos un estudio pormenorizado de todas nuestras opciones. Visitamos hostel tras hostel poniéndoles pegas a todos y cada uno de ellos. Es sabido, que los primeros alojamientos nunca son los elegidos, siempre cabe la posibilidad de que en el siguiente vayamos a encontrar la ganga perfecta… Y así es cómo nos gusta pasar las primeras horas en el pueblo. Callejeando, cansados, con hambre y sueño. Con 15 kilos a la espalda y las bragas de ayer…
-¿porque son las de ayer, no?
Sin verlo venir, cada vez andamos más lentos y nos cambia el humor… El lugar empieza a importarme una mierda … Y si queréis un buen consejo de viajera lista, atentos: Este es el momento exacto para decidir dónde alojarse. Justo antes de que te vuelvas una histérica de mierda, y te sientes en mitad de la carretera, lanzando sin éxito la mochila y estallando en llanto porque:
– ¡Yo lo único que quiero es llegar ya a donde sea y darme una puta ducha! ¡yaaaaaaaa! ¡joder!
Y este será recordado como uno de los momentos más entrañables del viaje. Pues lo soluciona todo, “llegar dónde sea”, ya no hay pegas, no hay traumas, ni ascos, ni miedos, ni gusto… Ahora sí estas lista para saber dónde alojarte.
El afortunado establecimiento que se encontraba más cerca fue “Hostal el Lobo”. Bueno, bonito y barato.
–Perfecto. ¡Me encanta, me encanta!- dije dando saltitos de alegría y con energía renovada.
Situado junto al río Beni (ya en el corazón de la selva preamazónica) a este establecimiento habría que catalogarlo con la máxima puntuación debido a la colección de arte local que decora los muros de sus habitaciones. Dispone de piscina, aunque no pudimos disfrutarla porque estaba sin agua.
La elección de cortinas de rafia como mosquiteras que no cierran y facilitan la entrada a cualquier amigo alado con intenciones alimenticias, es sin duda arriesgada pero de agradecer. Otro atractivo (sobretodo si vais con niños) es la ausencia de cristal en las ventanas. Asomarte a deleitarte con las magníficas vistas de la selva desde la segunda planta, sin mas sujeción que un tronco, es en sí una atracción.
Instalados y descansados, nos apuntamos a todo lo que nos ofrecen sin comparar más precios u opciones, pues confiamos en haber elegido correctamente durante la crisis nerviosa.
El plan de los próximos días es abandonar nuestras pertenencias en el hostel (confiando en que no desaparezca nada) y movernos con lo indispensable durante tres maravillosos días de supervivencia en los manglares, más dos de inmersión en la selva (noches incluidas).
-¡¡¡¡Ohhh siiii!!! ¡Esto pinta bien! Hoy voy a dormir tranquila.
Escrito por Gerarda T. Roca.
¿Quieres saber cómo termina esta historia? Siguenos en facebook o Instagram. Suscribete a nuestro boletín rellenando
¿Tienes una experiencia extrasensorial, barroca o hater que quieras compartir? Escríbenos a hater@advisor.es y cuéntanos tus penurias.
Más fotos de esta aventura en la galería.
Yo pensé que era el único medio antisocial y metete las buenas vibras donde te quepan, ahora me siento aliviado. Yo debe ser que estaba bajo el efecto de alguna sustancia extraña que inhalé en el mercado de la Paz o muy cansado porque realmente entre la Paz y Rurre tengo un vacío mental. Y menos mal.
Hola David, si consigues recordar qué sustancia fué la que te permitió recorrer el camino de la muerte sin inmutarte, por favor, dínoslo. ¡No podemos esperar a probarla!