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Desde que era pequeño y perdía horas mirando los mapas, descubriendo países tan lejanos como extraños eran sus nombres, siempre quise perderme en alguna isla bañada por el Océano Pacífico y pasarme las horas entre selvas y corales, ahora desde Nueva Zelanda tenía la mejor oportunidad para hacerlo realidad.

Así que una vez terminada la cuarta temporada de cerezas decidimos conocer el llamado “país más feliz del mundo”, Vanuatu. ¿Vanuatu? ¿Ya te has caído de la escalera y te inventas países?  Casi, pero no.

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Este pequeño país se encuentra en medio del triángulo que forman las Islas Salomón, Nueva Caledonia y Fiji. Con más de 83 islas, de todos los tamaños, decidimos dirigirnos primero a Efate, donde se encuentra Port Vila, la capital.

Nada más aterrizar te das cuenta de que has entrado en otra realidad, donde todo es a una escala más pequeña, cercana y con una tranquilidad que ayuda a conectar con el resto de personas.

Dejamos el aeropuerto, que podría ser una estación de autobuses de provincias por su pequeño tamaño, en una Van dirección al centro, por 150 Vatus, entre calles que dejaban ver casas bajas hechas de todos los materiales rodeadas de árboles frutales y patios floridos.

A pesar de ser la capital del país, Port Vila no deja de ser una pequeña ciudad frente al mar habitada por poco más de 40.000 habitantes con ritmo pausado, donde se concentra la administración gubernamental y una parte importante del sector turístico, siendo visitada por inmensos cruceros que riegan, por unas horas, de excursionistas las calles del centro de la ciudad, sin perder por ello la calma que se respira en el ambiente.

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Atardecer en Port Vila, capital de Vanuatu.

Aunque nuestra idea era tomar el primer barco que encontráramos con dirección a Malekula, la aparición del ciclón Oma provocó el cierre de todos los puertos por más de 10 días, obligándonos a quedarnos, si o sí, en la provincia de Shefa y sus islas aledañas.

En una gasolinera que hace de central de transportes, tomamos una Van dirección al norte de la isla por 400 Vatus, dejándonos en una minúscula playa donde el conductor nos juraba que algún bote vendría a por nosotros. Pero por más que mirásemos por todos lados, no veíamos un atisbo de actividad y el cielo comenzaba a amenazarnos con una ducha inminente. ¿Dónde nos ha dejado este tío?

Antes de que cayera el primero de los muchos diluvios universales de los que fuimos testigos, encontramos al resto de pasajeros con los que pronto subiríamos a una embarcación para 6 personas y en la que con astucia entramos 14, más los trastos.

La suerte corría de nuestro lado y en el mismo trayecto viajaba el doctor de la isla que no tardó en ofrecernos acampar en la clínica y conocer a su familia. Sin dudarlo aceptamos de buen agrado.

Y es que, si bien Lelepa es uno de los mejores sitios para hacer snorkel de la zona, además de albergar la cueva Fels con sus pinturas rupestres envueltas en el misterio del Jefe Roi Mata, los turistas que llegan solo lo hacen para pasar el día, por lo que no hay ningún hostel ni restaurante.

Puede ser que en agradecimiento a su buen trato y por salvarnos de mendigar un lugar donde acampar, me sentí “obligado” a no rechazar la invitación de compartir unos tragos de Kava con él. ¿Kava? ¿Eso no es el champán catalán? Pronto descubriría que no.

Esta bebida típica de las Islas del Pacífico tiene la fama de ser especialmente fuerte en Vanuatu, dejándote relajado y medio adormecido a los pocos tragos, con un regusto a anestesia en la boca difícil de quitar.

Mi nuevo amigo y yo nos dirigimos al Nakamal más cercano, un pequeño chamizo donde varios parroquianos permanecían sentados a cierta distancia los unos con los otros en silencio, o en una conversación muy baja, mientras tomaban chupitos de Kava y posteriormente expulsaban varias flemas con un sonido desgarrador.

En una oscuridad rota por una linterna de móvil nos acercamos a la barra donde, en pequeños cuencos de coco, te servían la cantidad de Kava que pidieras mezclada con un poco de agua.

No sé si fue el agua que no era potable o si la mezcla no estuvo bien hecha, pero una vez que casi dejamos sin existencias al bar, regresamos a la clínica con la satisfacción del trabajo bien hecho y una descoordinación motriz que ponía en riesgo nuestra estabilidad. ¡Vaya invento el Kava!

Una de las cosas que más nos sorprendió, además de poder hacer snorkel alrededor de un avión sumergido que hoy es la casa de decenas de peces, fue una de las interminables charlas que tuvimos con el doctor mientras nos refugiábamos de la lluvia incesante. Y es que, la tranquilidad que se respira en Lelepa será interrumpida por un megaproyecto de resort que una empresa extranjera tiene previsto construir para atraer a cientos de turistas y barcos explotando la riqueza natural de la zona, y por otro lado, romper el encanto de la isla.

A nuestra pregunta sobre que opinaban los vecinos del plan, se encogió de hombros mientras respondía, han vendido la tierra, ellos sabrán lo que hacen.

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Avión sumergido

Algo muy diferente nos ocurrió en la isla de Pele al norte de Efate.

Llegamos un día en el que las olas jugaban con la embarcación cual patito de goma en las manos de un niño y pese a las sonrisas radiantes de los pasajeros que disfrutaban del balanceo de la barca, nuestro temor de volcar y perder todas nuestras cosas no se disipó hasta llegar a una playa de arena blanca invadida por una exuberante vegetación.

Pele es una isla salpicada por pequeños asentamientos rodeados de un profundo bosque, donde viven cerca de 200 personas gracias a la agricultura y, los menos, a los ingresos que reciben de los bungalows que han construido según sus posibilidades.

Tras varias negativas en diferentes alojamientos dimos con Jowi´s bungalows. Dos pequeñas habitaciones propiedad de una mujer entrada en años con unas cataratas incipientes que radiaba ternura en todo lo que hacía, ayudada por su yerno, que se ocupaba de mantener el terreno.

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Jowi´s Bungalows

La sorpresa de nuestros anfitriones de recibir huéspedes ese día se unió a su preocupación de no tener mucha comida que ofrecernos. Y es que en este lugar, como en muchos otros en todo Vanuatu, es habitual que además de la habitación te den las tres comidas al no haber ningún restaurante o semejante alrededor. Como no habíamos reservado con anterioridad no habían comprado provisiones en Port Vila.

Nunca me han pedido tantas disculpas por no poder preparar nada rico, mientras me servían una generosa porción de sabrosísimos platos locales que devorábamos con una alegría tremenda, ¿Qué hará cuando tenga comida?

De manera automática, cuando comentábamos que habíamos trabajado recogiendo fruta en Nueva Zelanda la cara de nuestro interlocutor se convertía en una sonrisa de oreja a oreja y preguntaba a cuantos compatriotas habíamos conocido. Por eso, no es de extrañar que a nuestro anfitrión le hiciéramos gracia y se pasara a conversar todas las tardes, poniendo cara de incredulidad cuando preguntaba a Silvia si también ella recogía manzanas.

Con su peculiar humor nos confesó que un año atrás unos franceses se interesaron por comprarle su tierra mostrándole un fajo de billetes como anzuelo, pensando que al ver “tanto dinero” caería rendido a sus pies y les vendería la tierra sin problema.

Sin embargo, su respuesta les debió dejar a cuadros, ya que ni corto ni perezoso les respondió con una contraoferta peculiar, si querían podía venderles un saco de arena de su tierra por 100.000$. No debió de sentarles muy bien a tenor de los insultos que le confesaron por lo «bajini», pero a él todavía le sale una carcajada al contarlo.

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Pero está es la esencia de Pele, a pesar de ser un enclave donde más de una empresa se pelearía por conseguir un espacio para construir hoteles, los vecinos conservan con cariño sus propiedades y no venden sus tierras a nadie, –Si la vendemos, ¿dónde vivirán nuestros hijos? Nos quedaríamos sin futuro- nos repitió varias veces nuestro anfitrión. Una mentalidad que chocaba con la que nos habíamos encontrado en Lelepa y que da una esperanza a que Pele conserve su encanto a lo largo del tiempo.

A la misma vez nos dejó con la pregunta recurrente de ¿cómo podrían tener una fuente de ingresos estable sin romper con sus tradiciones, ni tener que emigrar a hacer la temporada en otros países? Difícil respuesta que esperemos no tarden en encontrar.

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Pasados unos días de desconexión total dejamos la isla con dirección Port Vila para subirnos al primer barco que zarpase con dirección Malekula aprovechando que el ciclón Oma por fin se alejaba del país.

Lo que no esperábamos es que este trayecto se fuera a convertir en el peor de nuestras vidas y nos sintiéramos como si alguien nos hubiese puesto a centrifugar. Pero eso ya te lo contamos en “El día en el que viaje en una lavadora”.

Escrito por C.Benítez

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5 comentarios

  1. Oye por qué no cuentas ya la historia del ojete como un bebedero de patos ? Al final no la subes nunca y es de las mejores

  2. Me encantan tus historias HAter, ¿para cuando la continuación?

    1. Jejeje muchas gracias, pronto sacaremos más sobre Vanuatu.

  3. Hola!! Me encanta como cuentas las aventurillas en Vanuatu! Estamos en Bank islands y el domingo volvemos a Efate con idea de subir a Pele, recomiendas jowi bungalows o algún otro? Me puedes decir cuánto pagasteis? Gracias!!!!

    1. Me alegro que te guste!!! El precio es de 3500 vt por persona con todas las comidas incluidas para todos los bungalows de Pele, tienen fijado los precios para no hacerse la competencia, aunque siempre puedes intentar negociar. Jowis es un lugar muy básico pero con buen trato y comida, pero con facilidades muy sencillas.
      Un saludo y a disfrutar Vanuatu.

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